CAPÍTULO - I
Surgió de la nada, como el viento, como la lluvia. Y como el viento y la lluvia que provoca desgracias, levantó ruinas. Aún no había alcanzado su mayoría de edad cuando su padre, Teófilo Ríos, murió en un accidente de tráfico, y Martín ya no conoció a su madre, que no sobrevivió mucho más. Dos veranos después, la herencia del abuelo lo llevó a la Universidad de Oxford, donde ingresó en una beca de investigación sobre la obra de William Shakespeare y se especializó, como tantos otros, en la traducción del inglés al castellano. A pesar de sus buenas calificaciones, Martín, a los veintidós años, no podía olvidar a su padre ni a su madre, que habían fallecido cuando sus ojos eran aún ciegos y confiaban en que el abuelo, aquel gran caballero, lo alimentaría y lo cuidaría como lo hizo con su hijo. Pero el abuelo, aquel buen hombre, ya no podía hacerlo. Ya no podía sentir ese sentimiento, ese poderoso tirón que le ataba a su familia, pero sí podía deshacerse de sus bienes materiales.
Decidió alejarse de todo y de todos.
Se puso de acuerdo con el abogado, el mismo que había asesorado a su padre, y le confió el cuidado y administración de sus bienes.
Dos años después Martín se separó de su mujer, Elena, una joven española, que había conocido en Oxford y se quedó embarazada.
A escondidas, dando largas caminatas por los bancales de arroz, Martín recorrió la aldea en la que creció y los pueblos limítrofes.
Fue entonces cuando comenzó a escribir.